Es
Todo el tiempo para mí, como si no hubiera pasado, cual ningún lazo en otro lugar, como la vida ahí y ahora, por lo menos en un tiempo breve, de varios días y noches.
Ámsterdam: que hablando inglés, el idioma …
Mi hija no se adapta del todo a la comida de Ciudad de México. A mi edad disfruto de los tlacoyos, aunque ella pertenece al grupo de personas que no comen fácilmente cualquier comida, ahora extraña Guadalajara con sus tacos de barbacoa (que a mí no me parecen nada extraordinario) tiene antojo de tortas ahogadas y algunos otros platillos tapatíos. Yo añoro de Mochis los pastelitos del Oasis, los nachos, los tacos, las tortas y de Topolobampo: los mariscos, con recetas de familia. Algunos psicólogos atribuyen el añorar la comida de tu infancia, al añorar la tierra, el origen y por tanto a mamá a través de la comida. Mi madre cocinaba muy poco, más recuerdo los platillos de mi padre que era un cocinero de altos vuelos, posiblemente con la calidad de un chef sin tener el título, lo invitaban a trabajar en restaurantes de diversos estilos, desde asaderos a cocina de mar, trabajó pues en la cocina de los barcos y aprendió suculencias, se embarcó con japoneses y le enseñaron a cocinar comida original del Japón. Sin embargo, por ejemplo, los huevos estrellados para el desayuno, me los hacía doña Ofelia, mi madre, entonces ahora puedo desayunar todos los días huevos estrellados (que no a todos les gustan) y ahí puede ser que la “mamitis” ésta que atribuyen algunos, me ponga en ese antojo. Visto y leído ésta (quizá falsa o no del todo cierta) verdad, ahora disfruto desde el pan con sopa de almeja de San Francisco, las chalupas y los tacos árabes de Puebla, los tacos gigantes de Tijuana, etcétera, sin que obedezcan a ninguna especie de regionalismo.
El terruño se extraña también por recordar el cielo, las personalidades de la región, el grito del vendedor ambulante que podría traducirse en nostalgia, niñez, mamá, papá, hermanos, hermanas, raíces, amigos, recuerdos, amoríos.
Uno degusta, uno escribe, uno canta, sin embargo la importancia -al corazón de cada soledad que somos, se ve redimida por ese cobijo que a menudo da, el recordar a mamá, la que siempre nos recibe y en muchos casos, de no ser así, causa catástrofes de personalidades patológicas.
Los que tenemos, tuvimos o contamos con una madre amorosa en nuestra historia, ya no sabemos ni cómo decirle gracias, ni la forma de hacerle ver todo lo que la amamos, que sospecho nunca podrá ser proporcional a lo que ella nos amó y nos ama si aún la tenemos. A mi madre le escribí esta canción (nada elevada en su decir, nada del otro mundo) pero aquí les dejo la letra, mientras desayuno unos huevos estrellados con chilaquiles, acá en Ciudad de México y que vuele este abrazo para la bahía de Topolobampo y felicidades a todas las mamis este diez de mayo que ya se aproxima.
Mamá
Mamá cuando era niño
estuve en ti
y un día tuve qué crecer
confieso que no hay día
que no piense en usted
desde aquella tarde
en que me fui de mi terruño
Mamá estás en casa
en algún lugar
a once horas de esta ciudad
qué espléndido es el viento mar
que suelo añorar
y en el teléfono mi madre
tú aquí, yo allá
Madre, cuando niño me caí
te preocupé y qué sé yo
por eso ahora madre
solo puedo decir
mil gracias por tu vida
que me dio esta vida a mi
Mamá resulta simple
mi canción
no hay nada que no sea real
mi padre me dio música
mi madre todo el mar
mamá de mis vaivenes
siempre, siempre de amar
Mamá cuando era niño
yo te vi
tan fuerte, decidida y tenaz
y hoy viejita chula
vamos a agradecer
por todo lo que has hecho
y por tu bendita fe
Madre, cuando niño me caí
te preocupé y qué sé yo
por eso ahora madre
solo puedo decir
mil gracias por tu vida
que me dio esta vida a mi