Es
Todo el tiempo para mí, como si no hubiera pasado, cual ningún lazo en otro lugar, como la vida ahí y ahora, por lo menos en un tiempo breve, de varios días y noches.
Ámsterdam: que hablando inglés, el idioma …
Aún tengo el taller de Ricardo Yáñez en mi vida, en mis horizontes. Es fundamental y es como una brújula en tiempos o destiempos. No caduca, aunque uno se vaya haciendo más grande, más mañoso, “colmilludo”, el taller queda, porque lo que ahí se aprendió se trata, precisamente de despojarse de la lógica, que paradójica e ilógicamente, enturbia el sentir o los sentidos, la sensibilidad y la creatividad.
Una vez escribí “el taller de Ricardo es un mecanismo que desata otros mecanismos de los sentidos y cierta magia de vivir” ensancha la visión más que la crítica, quizá la propia visión que se rompe (tarea difícil) porque implica autocrítica, para que el arte sea el que se reconstruya.
El taller de Ricardo Yáñez abre los sentidos, destraba y conduce con un hilo invisible, pero sólido, por un camino que apaga el interruptor del pensamiento ingenioso y constantemente ripioso, para llevarte a ti mismo, por un camino inteligente que indaga en lo que es, no en lo que se quiere que se sea, para lo que ya es, simplemente mostrarlo nítido y esa vulnerabilidad que implica soltar es la materia del arte, llámese, música, canto, danza, poesía, teatro, pintura, cualquier expresión artística, conduce a un rigor amplio que deja (como las filosofías ascetas, pero desde este mundo) el ego, silenciado, si bien se ha logrado, iniciarse y estar listo para encontrarse con esa muerte que da luz o espera (sin esperanzas y con fe) una obra que por sí sola ya es y aparece a través del tallerista que ha aprendido el desaprendizaje.
En la vida utilizamos frases o palabras útiles y utilitarias para vivir, como jabón, guitarra, luna, carta, estrella, río que sueña, esto lo digo al vuelo de mi redacción y tendría más significado o simbolismo cuando dejas que el taller te abra ese ojo en cada sentido y sobre todo escuchar, siendo todo oído, en la imagen que concentre, lo tristemente distraídos que estamos, en un diario vivir que tira a lo inmediato, al olvido y no a la memoria de todo.
Tengo el taller, que es Ricardo Yáñez en un lugar sagrado y que nada enturbiará y con toda la gratitud, es decir, lo ganado en el taller es vitalicio, porque lo que bien se crea no se destruye, solo se transforma y nos transforma, como el taller de Ricardo y ya hablando en forma personal, me hace escuchar y anhelo ser escuchado en el amor que deja el maestro, con tanta vida que nos tocó compartir, aún en los años, en la diferencia de años, aún en la época, en la vida y en la muerte, hay y habrá canciones, libros, alguna esquina y ese silencio que hice, que tal vez alguna vez logré, cuando he sido buen tallerista del mejor maestro que he conocido y que me es más cercano que algunas figuras célebres que me tocó conocer y siempre me da orgullo pensar, saber, decir, que tengo el honor de haber estado y seguir estando (no obstante los lapsos y distancia) siempre cercano a, cómo ya lo dije, el mejor maestro que he tenido, que es Ricardo Yáñez.
Les dejo dos canciones (poemas) de Ricardo Yáñez. Que tengan un excelente domingo.