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Despedidas

Despedidas

Todos los días nos despedimos sin despedirnos. Cuando estaba entre secundaria y prepa (y se me quedó algo el hábito, no muy consciente) no me despedía, odiaba ese trámite, simplemente desaparecía de las reuniones, me iba sin decir nada, lo recuerdo y lo traigo aquí porque pienso ahora en las despedidas. Las despedidas a la energía que compone todo, son un eterno presente, entonces no son despedidas. Despedirse del florero, del azucarero, de esta tarde, esta mañana, de la gigantesca noche, de las ciudades. Despedirse de mi padre, cuando (nunca se está) no se está listo para entender un adiós, de mamá, de los hermanos, de los hijos, de la pareja, en fin, de la gente que a uno lo frecuenta, qué asunto tan mayor.

Qué hay pendiente entre tú y yo, qué falta que me digas, qué falta que te diga, qué quieres que escuche; también es al revés: hace falta que te diga (como dijo la canción) hace falta que me escuches o no hace falta nada, ya te he amado en este instante, nada te debe mi amorosa mirada, nada te debe mi silencio, ¿me debes algo y no me acuerdo? ¿crees que tienes el apremio de decirme algo que debes decirme? ¿te debes algo que conmigo converge? 

Recordé “El hombre extraño” de Silvio Rodríguez que (creo, no estoy seguro, se refiere a Víctor Jara) poetizando de su amor por todo, decía que el hombre extraño “besaba todo lo que había a su paso”.

El poeta Ricardo Castillo, una vez, en charla ocasional, me dijo en tono de broma, algo así como que no podemos poetizar todo, porque hay lenguajes para cada ocasión, no será bien entendido que en la tienda de verduras, señales los jitomates y le digas a la vendedora, deme esos redondos milagros rojos que la tierra germina, abrácelos y ponga en la balanza los que quepan en su regazo. Nos reímos entonces, sin embargo a veces creo que en el ir y venir cotidiano, nos pasamos de frivolidad o de pragmáticos, entonces cruzamos con gente a la que nada le tenemos qué decir, más que lo esencial y peor aún, decimos solo lo puntual a gente esencial en nuestras vidas. Nadie quiere quedar vulnerable. 

Tú casa es mi casa, decimos los mexicanos, “amigueros” tenemos un lenguaje lleno de exageraciones metafóricas o contradictorias “nos estamos viendo” decimos cuando en realidad ya nos dimos la vuelta y subimos a un coche y ya hasta podría ser que no recuerdes a quien acabas de dejar de ver. 

“Acuérdate de abril” cantaba Amaury Pérez, “recuerda la limpia palidez de sus mañanas” uno quiere decir, acuérdate, recuérdame, no me olvides, anhelamos estar presentes a tal grado, que un anuncio de postres industriales decía de forma tierna “recuérdame”.

Queremos ser recordados y vamos al olvido de siglos y siglos, dice una canción (que suena mucho en los medios) “no soy el aire” el poeta diría tal vez en ese imposible - posible, soy el aire, aunque me olvides, aunque no te des cuenta, soy el agua, soy esa ave, soy la orilla del mar, soy el silencio, soy la nada.

“Siempre que a la puerta del recuerdo tengas presente mi presencia, sentiré en orgullo de ser tu amigo” escribió mi hermano Joel que falleció allá en mayo el año de 1985.

Me da tristeza pensar en ya no verte, aunque no te vea regularmente, sé que ahí estás y quiero que sepas que desde que llegaste a mi vida, con altibajos o en cualquier condición, siempre has tenido un gran lugar en mi corazón. ¿Porque me entristece no verte más? porque te adoro, porque qué bueno que te encontré entre tantos siglos (como aquella canción tapatía) porque estarás en mí mientras yo viva, porque nunca me ha gustado despedirme, especialmente de ti, es cierto que eres tan cercano que en ocasiones era bueno no encontrarnos y era porque había la inconsciencia de vivir, el vivir era un derroche y un lujo que podíamos hacer y deshacer en el tiempo. Entonces tal vez no debamos ser, ni estar tristes si se ha sido sincero, si se ha amado el instante, si en el búmeran de pleitos, carcajadas, abrazos, anécdotas, descalabros, sustos, ha prevalecido la belleza, el oído dice lo que me dice del pulso de esta época, “que no es tristeza, que es amor” el oído me afina y afinar es la destreza de un cuidado supremo, de una fe que pervive. 

Si me voy, si te vas, no nos despedimos, allá voy, allá vas y el que siga seguirá oyendo (tal vez como Beethoven) de la forma más amorosa, seguirá aprendiendo, acto quizá igual de digno que el enseñar y así serán los días. 

Despedirme no me late, porque lo que sí me late es pensar en que no existen las despedidas y como escribió Octavio Paz: “Todo es presencia, todos los siglos son este presente”.

Acerca del autor
Cantautor, es uno de los representantes más notables de la nueva trova mexicana. Como solista ha grabado Disímbolos, Acerca de soñar, Una cascarita en directo, Plural Espejo, Así, Hay un hombre que camina y Canto Nuevo para Niñ@s.
Cuenta con un libro de narraciones donde muestra, en tono autobiográfico, el paisaje de su natal Topolobampo, da conciertos y giras, realiza actividades educativas y musicales para la niñez, escribe música para teatro y se mantiene activo con diferentes enfoques y dedicando su vida al arte.